Desea, y nada alcanza el alma del perezoso: Mas el alma de los diligentes será engordada.
La mano de los diligentes se enseñoreará: Mas la negligencia será tributaria.
El perezoso no ara á causa del invierno; Pedirá pues en la siega, y no hallará.
Mirad, pues, cómo andéis avisadamente; no como necios, mas como sabios; Redimiendo el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis imprudentes, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor.
NO te jactes del día de mañana; Porque no sabes qué dará de sí el día.
Y dijo á otro: Sígueme. Y él dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre á mi padre. Y Jesús le dijo: Deja los muertos que entierren á sus muertos; y tú, ve, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; mas déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano al arado mira atrás, es apto para el reino de Dios.
El pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace.
El cuidado congojoso en el corazón del hombre, lo abate; Mas la buena palabra lo alegra.
Y si hago lo que no quiero, ya no obro yo, sino el mal que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: Que el mal está en mí.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Conviéneme obrar las obrar del que me envió, entre tanto que el día dura: la noche viene, cuando nadie puede obrar.
Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras antorchas encendidas;
Vosotros pues también, estad apercibidos; porque á la hora que no pensáis, el Hijo del hombre vendrá.
El que al viento mira, no sembrará; y el que mira á las nubes, no segará.
Todo lo que te viniere á la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el sepulcro, adonde tú vas, no hay obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría.